lunes, 15 de octubre de 2012

RUDYARD KIPLING




Un viaje a un mundo cargado de exotismo, siguiendo el rastro que la pluma de Kipling deja sobre el papel.

Rudyard Kipling, nació el 30 de diciembre de 1865 en Bombay (India) y a la edad de 6 años fue a estudiar a Inglaterra. Pasó cinco años en un hogar social de Southsea, experiencia detestable que describe en su relato La oveja negra. Regresó a la India en 1882 y a partir de ese momento trabajó para la Civil and Military Gazette de Lahore hasta 1889, en calidad de editor y escritor de relatos. Más tarde publicó Cancioncillas del departamento (1886), una serie de versos satíricos sobre la vida civil y militar en los cuarteles de la India colonial, así como una parte de sus relatos escritos para la prensa y recopilados en Cuentos de las colinas (1887). Su fama literaria se consolidó  con seis historias sobre la vida de los ingleses en la
India, publicadas entre 1888 y 1889, que revelaban su profunda identificación con las gentes y el paisaje del país. Posteriormente viajó por Asia y Estados Unidos, donde contrajo matrimonio con Caroline Balestier en 1892 y vivió durante un breve periodo en Vermont. En 1903, se estableció en Inglaterra. Kipling fue un escritor prolífico y popular. En 1907 obtuvo el Premio Nobel de Literatura, convirtiéndose en el primer autor inglés merecedor de este galardón. Falleció el 18 de enero de 1936 en Londres.
De sus principales obras de ficción breve cabe destacar Muchas fantasías (1893), El libro de las tierras vírgenes (1894) y El segundo libro de las tierras vírgenes (1895), colecciones de historias de animales que constituyen en opinión de muchos lo mejor de su literatura y que están ambientadas en el Parque nacional de Kanha; además de Precisamente así (1902) y Puck, el de la colina (1906). Entre sus novelas o relatos largos más populares figuran La luz que se apaga (1891), sobre un artista ciego; Capitanes intrépidos (1897), un relato de iniciación en el ambiente de la pesca del bacalao -obra sobre la que Victor Fleming realizó la película homónima en 1937 y que le valió el premio Oscar a su protagonista Spencer Tracy-; Stalky & Cía. (1899), basada en sus experiencias infantiles en el United Services College y Kim de la India (1901), un relato picaresco de la vida en la India. Lo más destacable de su poesía es quizá Baladas del cuartel (1892) y Las cinco naciones (1903). Algo de mí mismo, publicada póstumamente en 1937, es un relato inacabado sobre su triste infancia. Tanto El libro de las tierras vírgenes como Kim de la India se consideran clásicos de la literatura infantil.
Kipling figura entre los principales escritores de relatos ingleses. Como poeta destaca por sus versos escritos en la jerga habitual de los soldados británicos. Su literatura gira siempre en torno a tres ejes: el patriotismo, el deber de los ingleses de llevar una vida de intensa actividad y el destino de Inglaterra, llamada a ser un gran imperio. Su insistencia en este último aspecto era sin duda un eco del pasado victoriano y perjudicó gravemente su reputación como escritor en los años posteriores a la I Guerra Mundial.
Veamos algunos pasajes que encontré en sus diferentes obras y que nos muestran la cotidianidad, en ese tiempo, del acto de fumar una mezcla de tabacos orientales en una pipa, a cualquier hora del día y con el simple pretexto del disfrute, en soledad, o como un componente más de la vida social.



Kim de La India
"Allí estaba Kapilavastu; aquí el Reino Medio; allí Mahabodhi, la Meca del budismo, y allí Kusinagara, el triste lugar de la muerte del Maestro. El viejo inclinó un momento la cabeza sobre el mapa, silenciosamente, y el director encendió otra pipa. Kim se había dormido. Cuando despertó, la conversación, todavía torrencial, era más comprensible para él."
"Un balti de cabeza afeitada y encorvado que había venido del norte con los caballos y que era un budista degradado, acogió al lama con cortesía, y en su lenguaje gutural y duro invitó al santón a sentarse al lado del fuego con los mozos de cuadra. ¡Aléjate! -dijo Kim, empujándolo ligeramente; y el lama echó a andar, dejando al muchacho al lado de los soportales.
-¡Vete! -dijo Mahbub Alí, volviendo a su narguile-. Márchate pequeño hindú. ¡Dios maldiga a los infieles! Pídeles a aquellos de mi escolta que sean de tu fe."

"-Y Benarés está todavía mucho más lejos -dijo el lama con aire cansado, musitando sobre los buñuelos que le ofreció Kim. Todos los viajeros desataron sus bultos y almorzaron. En seguida, el prestamista, el labrador y el soldado, prepararon sus pipas y llenaron el compartimento de un humo acre y sofocante, al tiempo que escupían, tosían y disfrutaban de todo ello. El hombre sij y la mujer del labrador mascaban pan, el lama aspiró rapé y rezaba el rosario, mientras Kim -con las piernas cruzadas- sonreía con el placer de sentir el estómago lleno."
"El jefe era un viejo afable, de barba blanca, acostumbrado a atender a forasteros. Preparó para el lama una cama de cuerdas, le sirvió la comida caliente, le preparó una pipa y mandó a buscar al sacerdote del lugar, por haber terminado ya las ceremonias de la tarde en el templo de la aldea."
"-Y las barrigas de los policías -dijo Kim, brincando fuera del alcance de su brazo-. Medita un momento, si es que tienes algo más que serrín en la cabeza. Tú te crees que hemos salido de la charca más próxima, como la rana de tu suegra. ¿Has oído alguna vez el nombre de tu hermano?
-¿Quién era su hermano? Deja en paz al muchacho -gritó un policía de mayor graduación. Estaba en cuclillas fumando su pipa en el porche y enormemente divertido con la disputa.
-Su hermano cogió la etiqueta de una botella de belaiteepani (agua de soda) y, pegándola en un puente, impuso tributos durante un mes a todo el que pasaba, diciendo que era orden del sirkar. Hasta que vino un inglés y le rompió la cabeza. ¡Ah, hermano, soy un cuervo de ciudad, no de campo!
El policía se retiró avergonzado, y Kim lo abucheó hasta que volvió a cruzar la carretera."
"-Dadle la pipa. En nombre de los dioses, dadle la pipa y tapad esa boca condenada -gritó un urya, atando los informes bultos de los camastros-. Es igual que los papagayos que chillan al amanecer.
-¡Los bueyes delanteros! ¡Ay! ¡Sujetad a esos bueyes delanteros! -gritaba la vieja, porque sus bueyes se habían enganchado los cuernos en el eje de un carro cargado de grano, y reculaban dando vueltas-. Hijo de búho, ¿adónde vas? -añadió dirigiéndose al carretero, quien sonreía burlonamente."
"Hay ocasiones en que una o dos palabras bien dichas van que ni pintadas.
¡Y aún no me habéis traído el tabaco! ¿Quién es el tuerto y desventurado bastardo que no me ha preparado aún la pipa?
Un montañés introdujo apresuradamente la pipa en el carro, y la difusión del humo espeso a través de las cortinillas indicó que la paz se había restablecido."
"-La primera vez que comercié con los sahibs, y eso fue cuando el sahib coronel Soady era Gobernador del Fuerte Abazai e inundó por despecho los terrenos donde acampaba el comisario -explicó Mahbub a Kim, mientras descansaba bajo la sombra de un árbol y el muchacho le llenaba la pipa-, yo no sabía hasta dónde llegaba su imbecilidad, y esto me sacaba de quicio."
"No es necesario que continuemos con el resto del pedigrí; pero Kim expuso lo que pensaba con claridad y sin acaloramiento, mientras mascaba un trozo de caña de azúcar.
-Amigo de todo el Mundo -dijo Mahbub alargándole la pipa para que la limpiase-, he tropezado en mi vida con muchos hombres, mujeres y niños y no pocos sahibs, pero nunca he visto ninguno tan desvergonzado como tú."
"Ese viaje no fue nada divertido desde el punto de vista de Kim, porque, a pesar del contrato, el coronel le ordenó que hiciera un mapa de aquella extraña ciudad amurallada; y como no es corriente que los niños mahometanos, ya se dediquen a cuidar caballos o a preparar las pipas de sus amos, extiendan cadenas de agrimensor en torno a la capital de un Estado indígena independiente, Kim tuvo que recorrer todas las distancias midiéndolas a pasos y llevando la cuenta por medio del rosario. También usaba la brújula para tomar las orientaciones en cuanto se le presentaba una ocasión propicia, generalmente, después de anochecido, cuando los camellos habían sido alimentados, y con ayuda de su cajita con seis pastillas de colores para uso del agrimensor, y tres pinceles, dibujó algo que se parecía en cierto modo a la ciudad de Jeysalmir. Malibub se rió muchísimo y le aconsejó que hiciera además un informe escrito; y apoyado sobre las tapas del voluminoso libro de cuentas, que estaba bajo los faldones de la montura favorita de Malibub, Kim se puso a trabajar."
"-Me produce satisfacción curar a este hombre enfermo. Tú ganarás méritos ayudándome. ¿Qué color tiene la ceniza de la cazoleta de tu pipa? ¿Blanco? Ése es un buen augurio. ¿Había cúrcuma* cruda entre tus provisiones?"
* Cúrcuma, hoja larga de tabaco arrollada.



El libro de Las Tierras Vírgenes
"Debajo de la plataforma vivía en un agujero una serpiente cobra, y, como la tenían como sagrada, recibía cada noche un cuenco de leche. Se sentaban los viejos en torno del árbol y enhebraban la conversación a la que acompañaban de buenos chupetones a las grandes hukas o pipas; esto duraba hasta muy entrada la noche. Allí se narraban asombrosas historias sobre dioses, hombres y duendes. Sin embargo, las que refería Buldeo sobre las costumbres de las fieras en la selva excedían a todas las demás, hasta tal punto que al escucharlas, a los chiquillos que se sentaban fuera del círculo a escuchar, se les salían los ojos de las órbitas de puro asombro.
La mayor parte de aquellos relatos se referían a animales, porque, teniendo la selva a sus puertas, por decirlo así, eso era lo que más les interesaba. A menudo veían que los ciervos y los jabalíes destrozaban sus cosechas, y hasta de cuando en cuando un tigre se llevaba a alguno de sus hombres, a la vista misma de los habitantes de la aldea, al oscurecer."
"Los silenciosos ojeadores vieron que el viejo cargaba de tabaco, encendía y chupaba su pipa, y se fijaron especialmente en el olor del tabaco; querían estar seguros de reconocer por él a Buldeo, en medio de la más negra noche, si era preciso."


Viaje a Japón
"El brasero está lleno de ceniza de carbón, pero no hay ceniza en la estera. Al alcance de la mano del bunnia hay una bolsa de cuero verde atada con un cordoncillo de seda rojo, que contiene tabaco cortado tan fino como fibras de algodón. El bunnia llena una larga pipa lacada, roja y negra, la enciende con el carbón del brasero, toma dos bocanadas, y la pipa se vacía. La estera sigue inmaculada. Detrás del bunnia hay un biombo de cuentas y bambú que vela una habitación de suelo oro pálido, techada con paneles de cedro granoso. En la habitación no hay nada más que una manta rojo sangre extendida tan lisa como una hoja de papel. Más allá de la habitación hay un pasillo de madera pulida, tan pulida que devuelve los reflejos de la pared empapelada de blanco."

"Respetabilísimos amigos míos de todos los clubs y todas las reuniones sociales, ¿alguna vez, después de una buena comida, se han recostado en cojines y fuma do, con una linda muchacha llenándoles la pipa y otras cuatro admirándoles en una lengua desconocida? No saben qué es vivir. Miré a mi alrededor la habitación intachable, los pinos enanos y las cremosas flores de cerezo allá fuera, a O-Toyo burbujeando de risa porque yo sacaba humo por la nariz, y el anillo formado por doncellas del Mikado con la piel de oso marrón como telón de fondo. Había color, forma, alimento, comodidad y belleza suficientes para una contemplación de medio año. Ya no quería ser birmano. Quería ser japonés (siempre con O-Toyo, claro) en un taller de ebanistería en la ladera de una colina olorosa de alcanfor."
"El edificio era una delicada pieza de ebanistería, como todas las casas; el techo, el suelo, las vigas, las columnas, las arcadas y las particiones eran de madera pura y, en la sala, una de cada dos personas fumaban frágiles pipas y sacudían la ceniza cada dos minutos."
"-¿Eso cree? Déjeme hacerle una demostración. No tengo motivo para llevar armas, pero creo que tengo un revólver en alguna parte. Un gramo de demostración vale por una tonelada de teoría. La funda de su pipa está encima de la mesa. También mis manos están encima de la mesa. Utilice la funda de su pipa como si fuese un revólver, tan rápidamente como pueda. La utilicé en el estilo propio de las novelas baratas; apunté, con el brazo rígido, a la cabeza de mi amigo.
Antes de saber qué ocurría, la funda de la pipa me había caído de la mano, que estaba paralizada y me hormigueaba terriblemente. Oí cuatro "clics" persuasivos debajo de la mesa casi antes de darme cuenta de que mi arma era inútil. El caballero de California, de una sacudida, se había sacado la pistola del bolsillo y había apretado el gatillo cuatro veces, con la mano apoyada en la cadera, mientras yo levantaba el brazo derecho.
-¿Me cree ahora? -dijo-. Sólo un inglés o un oriental dispara a la altura del hombro de ese modo melodramático. Ya le tenía frito antes de que moviera el brazo, simplemente porque me sé el truco, y allí, en California, hay hombres que, en caso de apuro, me liquidarían tan fácilmente como yo a usted."


Cuentos de la venganza y de la memoria
"Tota se acurrucó para dormir. Los dos bueyes de pelo blanco y lustrosos masticaban impasibles, junto al pozo, Su pasto de la noche; el viejo Pir Khan estaba acuclillado junto al caballo de Holden, y con su sable de policía sobre las rodillas, aspirando, somnoliento, una gran pipa de agua que croaba como una rana mugidora en un estanque."
"Paseamos por el jardín fumando, sin decir palabra, porque éramos amigos y la conversación estropea el gusto de un buen tabaco. Después, cuando se nos apagaron las pipas, fuimos a despertar a Fleete. Lo encontramos completamente despierto y no paraba de moverse por su cuarto."

Nunca como con estas lecturas he disfrutado de una pipa cargada con Latakia y orientales, quizás porque esos olores me han ayudado, de la mano de Kipling, a adentrarme en las junglas de la India y visitar los paisajes y las gentes que el escritor ha sabido retratar con tanta maestría y sencillez.


Pedro Romero
-Canarias-

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